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martes, 19 de enero de 2010

Qué triste es la soledad


Caminando una bonita niña, embobada por el atardecer, cayó al suelo al mismo tiempo que vislumbró, entre las hojas de los árboles, algo maravilloso. La poca claridad que quedaba, parecía como si fuera rajada por las hojas que alumbraban su bello rostro.
La niña quedó deslumbrada y no creía que lo que estaba viendo, fuera cierto. A lo lejos, pudo distinguir una persona que caminaba sin rumbo alguno, por los senderos de su imaginación. Fue acercándose para comprobar de qué se trataba. Estando de espaldas a él, vio que no era nada extraño, solo una mujer que paseaba con la cabeza agachada, mientras que sus brazos, se zarandeaban sin control.
Ella, tímida y con temor no sabia qué hacer. Al cabo de un rato y una vez que ya la había observado por completo, decidió saludarla. La mujer se volvió asustada y le preguntó quién era. La niña le contó que se había perdido mirando la bonita estampa que dejaba el atardecer a su paso.
Ésta curiosa le preguntó: y tú, ¿qué haces por aquí, también estás perdida?. La mujer sonrió y calló.
-Entonces, ¿qué hacías?- insistió de nuevo la pequeña.
-Nada, pasear como todos los días- dijo la mujer.

La niña, intrigada por su presencia, no dudó en hacerle preguntas.
-Aquello que se ve a lo lejos, ¿es tu casa?- preguntó la chiquilla de nuevo. Sí, vamos a verla. La niña muy contenta, la siguió por el largo camino.
-Mira, esta es mi casa- dijo la mujer.
-Oh, qué grande y cuántos colores...- susurraba la pequeña boquiabierta. Y esos toboganes, ¿también son tuyos?.
-Sí pequeña, todo lo que veas por aquí es mío- dijo la mujer.
-Cuantas cosas... y también tienes animales...!. La mujer la observaba entusiasmada, viendo como se le iluminaba la mirada cada vez que descubría algo nuevo.
Al cabo de un rato, le dijo la mujer: pues ya ves, esto es todo lo que tengo. Por un instante el silencio inundó el bonito sendero.
-Pero... y los niños,¿dónde están los niños?- insistió la muchacha.
-No hay niños, no hay nadie aquí, sólo tú y yo.
-¿Qué?,¿ no hay nadie?, ¿no vive nadie aquí?, ¿ quién se monta en esos columpios?, ¿quién vive en esa casa?...- preguntaba con ansiedad la niña.
La mujer al verla así le dijo: tranquilízate, vamos a sentarnos junto a ese árbol. La cogió de la mano y la sentó.
-Mira bonita, aquí vivo sola, no hay nadie, yo cuido a mis animales y mis plantas. Nunca he tenido a nadie conmigo, no sé lo que es tener compañía, hablar con alguien... Por eso siempre paseo sin un rumbo fijo, hasta donde me lleve mi imaginación. A veces me he perdido, como te ha pasado a ti, sólo que yo no tengo otro lugar donde ir y siempre termino aquí.- la niña atónita, lo negaba todo con la cabeza.
-Es verdad, ¿a caso no me crees?. No te estoy mintiendo, sé que resulta extraño, pero es mi realidad.
-Pero tienes muchas cosas... -dijo la niña.
-Sí, es cierto. Pero de nada me sirve tener muchas cosas, si no tengo lo más importante, que es tener a alguien con quien poder compartirlas. No tengo a nadie para quién cocinar, a nadie a quién poder subir a los columpios, nadie con quién hablar...
-¿No tienes padres?- volvió a preguntar la niña.
-No lo sé... creo que sí. No sé nada de ellos, me abandonaron aquí de pequeña y siempre he vivido sola.
-¡Qué miedo!- dijo la niña.
-Al principio me inundaba el miedo y las extrañas incógnitas que rodean mi vida, pero ahora se han convertido en mi triste soledad, no me puedo deshacer de ella, es mi compañera durante todo el día.

No sé por qué desemboqué en esta ruina que es ahora mi vida, quizás hice algo mal... pero nunca lo sabré.

Sólo te diré algo: Cuida a las personas que quieres, no les hagas daño, déjate querer y serás querida.

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